Entre brumas grises mi corazón late desbocado al observar la casa en que nací y la de mis abuelos, situadas una al lado de la otra. No comprendo por qué no consigo vislumbrar el color ocre del ladrillo con el que están construidas, sólo percibo paredes claras…, puertas y ventanas oscuras.
Levanto la cabeza hacia el firmamento para contemplar los negros nubarrones que sigilosamente se apoderan del cielo y se ciernen amenazadores sobre mi hogar desolado. Parece que estuviera mirando una fotografía antigua en blanco y negro, sin atisbos del color al que estoy acostumbrada.
Ante la puerta de mi casa, cerrada a masa y martillo como si nunca hubiese sido habitada, me detengo y llamo al timbre esperando una respuesta a la sinrazón que me acompaña. El silencio es la respuesta, un silencio roto por el graznido de unos buitres que se acaban de posar sobre las ramas de mi árbol. Sí, tengo uno en la puerta de mi casa, un árbol cuya especie desconozco pero que posee un nombre que lo individualiza entre todos. Se lo puse siendo niña, pero no consigo recordarlo…
En mi casa retumba el silencio de la ausencia. Decido visitar a mis abuelos hasta que mis padres regresen.
Las nubes negras acentúan el color gris que preside un ambiente desapacible.
Ante la casa de mis abuelos me detengo pensativa. El polvo cubre la rica madera de pino, oscurecido por el paso de los años, tal vez de los siglos. No comprendo por qué está tan sucia. Mis nudillos golpean la puerta con fuerza pero nadie contesta, nadie abre el muro que me aleja de los míos.
Con la garganta rota, a pesar de no haber pronunciado un sonido, y los ojos anegados en llanto contemplo aterrorizada el paisaje gris y negro que me acompaña. Comprendo que estoy sola. Desconozco qué puede haberles ocurrido a mis seres queridos. Intuyo una catástrofe de la que no he formado parte y no sé qué será de mí.
En el momento en que mis ojos y mis puños se cierran violentamente, víctimas de la impotencia de la ignorancia, escucho unas voces lejanas:
-“Cumpleaños feliz,
cumpleaños feliz,
te deseamos todos,
cumpleaños feliz”.
Abro los ojos y contemplo extrañada otros ojos: los azules de mi madre que sonríen, y los castaños alegres de mi abuela. Me despiertan con todo su amor en el día de mi natalicio. El mundo en color ha regresado para apartar el gris de una cruel pesadilla. A pesar de los cantos, de la felicidad y del color, mi corazón continúa angustiado formulándose una pregunta: “¿Estoy en el mundo real o éste es el mal sueño, el de la felicidad inalcanzable?