Como una contrita llama
creciste en mi corazón desde niña.
Llegaste desde lugares ignotos,
silente y sin fuerzas,
escondida de la censura,
que mataba tus ideas,
nacidas en mentes disconformes,
iluminadas por el sol de la inteligencia.
La nostalgia de pasados no vividos,
recordados a través de la voz popular,
esa voz que enmudece pero no olvida
porque se nutre de la savia profunda de sus raíces,
avivó la flama de la libertad
que como un tesoro anidaba en mí.
Abismos perdidos en el olvido del silencio impuesto
a un pueblo que, cual mariposa herida,
vagaba sin rumbo, amarrado a las cadenas de la oscuridad.
Las tinieblas se abrieron y la luz alumbró,
cesó la noche y nació el día,
y en su seno aquellas mentes audaces
elevaron con pasión un canto a la esperanza.
En mi pecho, una rosa ardiente, llena de vida,
se expandía hermosa y perfumada
de un cálido aroma a humanidad.