dimecres, 24 de novembre del 2010

SIN CONTROL

El viento golpeaba su rostro con furia loca mientras los árboles de ambos lados de la carretera se abalanzaban sobre su moto. Zigzagueaba esquivándolos siguiendo las curvas marcadas por la autovía.



La moto había sido un regalo de sus padres que, después de muchas súplicas, habían accedido a comprársela si se comprometía a conducir con la cabeza protegida por el casco. Rubén había dado su palabra y su familia había confiado en él.



Ahora corría como un loco sobre su Harley de chapa plateada. Cien…, ciento diez…, ciento veinte… Gozaba al notar el azote del viento fresco sobre su cara. Se sentía libre como un pájaro sin la dura coraza que, momentos antes, encarcelaba su cabeza.



Corría… Veloz como un rayo, cubría el trayecto que separaba su casa del instituto. Llegaba al semáforo que frenaba las carreras de los héroes moteros a la entrada del pueblo. “No hay nadie”, pensó y aceleró un poco más.



Mariela llegaba tarde al instituto y corría para cruzar el paso de cebra que había delante del semáforo ya en verde.



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Dos días después dos familias se consumían en el cementerio. Sus vidas se habían cruzado en un semáforo en rojo y en verde.



Maria Oreto martínez Sanchis