Recuerdo con nostalgia las Navidades de mi niñez.
En Nochebuena cenaba con mis padres y después cantaba villancicos, armada con mi pandereta, ante el belén que había ordenado y colocado yo en el aparador del comedor. Me sentía muy feliz aunque sólo éramos nosotros tres, ya que no tengo hermanos.
El día de Navidad íbamos a comer con mis abuelos maternos. Venían mis tíos, hermanos de mi madre, y yo aprovechaba para jugar con mis primos. En el corral de la casa de mis abuelos nos perseguíamos y charlábamos hasta que llegaba el momento de guisar la gran paella que constituía la comida del día de Navidad. Como postre solía haber turrones y pastelitos de boniato. Era un día lleno de felicidad, de risas y de amor.
A media tarde venía el momento anhelado por los más pequeños, el momento del aguinaldo. En España no existía Papá Noel, sólo celebrábamos los Reyes Magos el día 6 de Enero, pero no necesitábamos a este señor ya que el día de Navidad los pequeños besábamos la mano de nuestros mayores, que se convertían en nuestros Santa Claus particular y nos daban el dinero que podían. En Valencia llamamos a esta tradición “les estrenes”. Las monedas conseguidas servían para comprarnos algo que necesitáramos o bien las ingresábamos en el banco.
El segundo día de Navidad nos reuníamos en casa de mi familia paterna, alrededor de mi abuela que era viuda. Allí comíamos cocido o gazpacho manchego. Yo disfrutaba de lo lindo con mis primos y me sentía acompañada y feliz. Al acabar de comer llegaban “les estrenes” o aguinaldo y, después de charlar, jugar y reír, nos besábamos y nos despedíamos.
Recuerdo cuan feliz fui y cómo añoraba, año tras año, que volviera la Navidad con toda la felicidad que aportaba a nuestros corazones.
Cuando me convertí en una adolescente, mis amigas compartían la Nochebuena y la Nochevieja conmigo porque nos reuníamos para cenar en mi casa, ya que yo era la única que no tenía hermanos. Fueron años de dicha y de encuentro. Mis padres consentían que todas mis amigas, y posteriormente también amigos, se reunieran para cenar conmigo en días tan memorables y peligrosos a causa de los accidentes. Poníamos el tocadiscos y bailábamos en casa, sin arriesgarnos a salir.
Disfruté de la Navidad hasta que comencé a perder a mis seres queridos. Primero se fueron mis abuelos y luego mi padre, que falleció el 5 de Enero, víspera de Reyes, después de diecisiete largos días de agonía. Confieso que nunca he vivido unas Navidades tan amargas como las que pasé sola en casa, con mi padre ingresado en el hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. Mi madre le acompañó hasta el día de su muerte. Lo enterraron el día de Reyes, en medio de una lluvia torrencial. Parecía que el cielo llorara la muerte de un hombre bueno.
Sólo volví a reír en Navidad cinco años después, cuando mi hijo de dos meses arrancó de mi corazón el dolor y dibujó en mi cara una sonrisa.
Recordando el ayer y pensando en el hoy,
Deseo alabar a mi amado Señor,
Tú, mi Rey celestial, que conmigo aún moras
Y a quien deseo amar más allá de unas horas.