LOS ALBORES DEL OTOÑO
Languidecen mis sueños en este frío otoño. Chapotean mis botas en una estación lluviosa. Mis recuerdos se pierden, moribundos de amor, entre los centelleantes rayos de sol que unió nuestras almas.
Nos conocimos en una primavera que pensamos debía ser eterna. Nuestros labios se acariciaron con la soberbia pasión de aquellos que saben que el amor ha lanzado sobre sus corazones la más excelsa flecha: La de oro.
Fue un volcán de cariño el que estalló veloz y encendió con su lava nuestra ilusión, un delirio que compartimos boca a boca, segundo a segundo, vehementemente. En una marmita de anhelos hervían nuestras miradas refulgentes, que se abrazaban indiscretas mientras los labios se pegaban como Jesús a su Cruz. Estallaban nuestras entrañas sedientas de pasión.
Vivimos la experiencia de una hermosa primavera. Mas el calor se marchó de la miel de la boca y los labios mudaron en gélida y pálida escarcha, cuando el otoño llegó vestido con un manto de pieles blancas. El olvido se cernió como fantasma helado sobre unas almas un día enamoradas. Voces de ultratumba aún me roban el sueño cada vez que el recuerdo me traslada al ayer, y revivo un amor de primavera loca del que solo restan las cenizas de unos rastrojos quemados por un ardor llamado lascivia. Un mundo de lujuria que juzgamos amor y que se desvaneció con los pétalos de las flores y las primeras ventiscas. Una existencia amorosa que no superó el primer frío otoñal.
El otoño, la estación de la honestidad, escarchó nuestros fogosos corazones y los apartó con su manto de ingratitud.
Maria Oreto Martínez Sanchis
València, España
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