Una melodía acaramelada rompe
los espacios finitos que os separan.
Al compás de los arpegios de una guitarra ignota
danzan las fieles ramas, erguidas frente al sol.
Árboles que acompañasteis mi vida en Isla Negra,
vuestra galanura y belleza enternece mi corazón.
Mi vida cerca del mar fue mi odisea,
vuestra imagen el secreto que guardé en mi ilusión.
En cada nueva escala en lejanos espacios,
mis ojos os buscaban hambrientos, con amor,
pero sólo vislumbraban desolados
otros mundos, otras costumbres…,
otra nación.
¡No! No era mi tierra querida,
ni los árboles danzaban al mismo son,
el sol carecía de los matices
que en mi patria observaba con devoción.
Isla Negra, tierra amada,
dulce piélago de mis fantasías,
perdona mis ausencias insensatas
y ámame más allá de la Vida.
Maria Oreto Martínez Sanchis