dissabte, 16 d’abril del 2011

IMPOTENCIA



 

En el teatro de la vida he escogido el papel de espectadora, pero no silente ni muda, sino comprometida y luchadora.

Observo la riqueza y la doblez de los favorecidos por Fortuna. Ríen felices al observar el papel que les ha tocado interpretar. No piensan en la Muerte, perpetua aliada de la Vida en la Naturaleza, más bien consideran que el oropel de sus blasones les exime del temor a su venida.

Realmente no se equivocan, ya que el dinero muchas veces consigue vencer a la enfermedad que, exhausta, cede su sitio a la salud. La Muerte, que había acudido a su cita con la Vida para reclamar el trofeo que le correspondía, huye enfadada ante la imposibilidad de cobrar. Su amiga queda triste porque sabe que, a cambio del privilegiado, deberá pagar a la Muerte con la esencia de un desafortunado.

Y así vivimos en un mundo impío. Nos relacionamos con la hipocresía e ignoramos la bondad, la inteligencia y la sinceridad, que sólo aparecen llorando en algún papel secundario concedido por caridad. Y que conste que ésta no abunda, por ello es difícil hallar virtudes en un mundo dominado por las ansias de poder y de dominio del fuerte sobre el débil. Ni siquiera los animales se comportan como los humanos, ya que sólo matan para satisfacer su hambre, mientras que muchos de los nuestros venderían su alma al diablo por un plato de lentejas.

Por todo ello, mi espíritu, que contempla expectante y con los ojos cuajados de lágrimas a la humanidad, reclama justicia, igualdad y fraternidad. Y no es que pretenda hacer míos los lemas de la Revolución francesa por muy paritarios que fuesen, es que no existe otra forma de metamorfosear este mundo en otro mejor.

Todos tenemos derecho a interpretar el papel de protagonistas, aunque sea durante un tiempo. Y una prueba de humildad sería que "aquellos que siempre bailan con la más bella", ocupasen durante un tiempo un papel secundario. ¿Cómo convencerlos? Educándolos en el amor al prójimo y en el altruismo.

Amar significa entregar y entregarse. Si el amor fuera el rey sin corona de este mundo, si él representara el papel protagonista en la obra de teatro que es la vida, no habría luchas ni conflictos por disputarse ese papel y el mundo sería mucho más humano.


Maria Oreto Martínez Sanchis