dissabte, 16 d’abril del 2011

ROMANCE DE LA PÍCARA LUNA Y EL CAMINANTE



Anhelaba contemplar la imagen de la luna reflejada en el espejo del río. Su luz proyectaba mi figura, cargada con el hatillo en el que guardaba todas mis pertenencias, sobre el agua. Parecía un pobre jorobado.

Sentado en la orilla, hablaba con ella e imaginaba su aroma dulce de jovencita revoltosa y ardiente, siempre girando alrededor de su madre, la Tierra; siempre, sin embargo, rebelde.

Nuestras conversaciones llegaron a tal grado de intimidad que me decidí a confesarle el infinito amor que le profesaba. Mi corazón ardía durante el día añorando su presencia nocturna. La zozobra me invadía cuando las caprichosas nubes robaban mi tesoro, o si no era visible.

Una noche mi amada me dijo con aire nostálgico:
“Si tanto me adoras,
ven allí conmigo;
y ya sin demoras,
te recogeré en este río mañana,
para llevarte a mi abrigo”.

Mi pícara enamorada, pizpireta y preciosa, descendió a buscarme. Entre sus brazos me cobijé y allí sigo cargado con mi hatillo.

Si en las noches de Luna llena la miráis, nos contemplaréis abrazados y enamorados como el primer día.