CAEN LAS HOJAS...
Las horas transcurren lentamente. El caminar del tiempo se perfila en mi mirada agotada, envejecida, desfallecida. El tic tac del reloj no se detiene, cada vez corre más deprisa. Soy consciente de la brevedad de la existencia y ello me agobia. La vida me ha enseñado a cambiar de rumbo en momentos críticos cuando, al borde del acantilado, pensaba que perecería. Pero aún así, a veces pienso que mi espíritu se desvanecerá perdido entre las neblinas de un recuerdo que me conduce inexorablemente a tus brazos. Sin embargo, mi valerosa alma, que no busca las migajas de un falso amor, se debate orgullosa frente a la memoria que pretende humillarla y hundirla en la ciénaga del dolor. Entonces me refugio en la poesía.
Empecé a escribir como panacea para olvidarte. Te rememoré y te aparté una y mil veces a través de mis obras, pues cada una lleva impresa un pedacito de ti, lleva tu sello. La flor de loto, sin embargo, es antojadiza y solo me visita de vez en cuando. Tengo momentos de terribles recaídas en los misterios de un amor que ya sólo es platónico, que sólo vive en una mente atormentada por los fantasmas del pasado.
La magia de la primavera nos unió. Las hojas caídas del otoño, junto con la huida de los pájaros en busca de otros lares, fueron el símbolo de lo que sería el final de una relación en la que uno de los dos había entregado su alma y el otro anhelaba, cada vez con más ardor, conservar la libertad. ¡Qué antojadiza puede resultar la mente humana cuando del amor se trata! Contemplaba a cada momento tu desamor, lo intuía constantemente, pero mi espíritu se negaba, día y noche, a aceptar la realidad. A veces pienso qué hubiese sido de nosotros si yo no hubiera sido tan fatalista, si no hubiese estado convencida de que el destino no podría concederme el sagrado amor. Quizás te hubiese dejado volar y entonces tú me hubieras necesitado; o bien, hubieses partido sin causarme ningún dolor. Pero no. La rama quebradiza de mi voluntad no se rompió hasta el final, hasta que la evidencia de tu falta de amor fue tan palpable que no la pude negar. Solo cuando te vi de su brazo, di a torcer el mío y acepté mis corazonadas. Solo entonces me sentí otoño y fui capaz de escribir el poema que desde meses cantaba mi corazón.
CAEN LAS HOJAS
Caen las hojas, llega el otoño...
huye la magia del corazón.
Suena la música de la nostalgia,
arpegios rítmicos de una canción.
Y, mientras, peno mi triste vida,
las dulces mieles que abandoné.
Sueño tus ojos, miro tu risa,
recuerdo el tiempo que te adoré.
Hojas calladas, llenas de encanto,
que son el símbolo de un mal amor,
tejed el hilo del tierno olvido,
arrancad de mi alma el cruel dolor
que me aprisiona y me atormenta
hasta llevarse mi corazón.
Caen las hojas, llega el otoño...
la pesadumbre mora en mi alma.
Hoy soy cautiva de tu recuerdo
y la ansiedad roba mi calma.