Hermoso
cuenco que rezuma leche,
ambrosía
de querubines, mar...
Fluye
tu manantial entre el follaje
mientras
brota la evocación de Eurídice,
la
bella ninfa que conquistó a Orfeo,
pletórica
de anhelos y de esencias.
No
espero que una víbora siniestra
acalle
mis deseos de placer,
sino
hundirme frenética en tu magma,
y
dejarme mecer en el olvido
bebiendo
el loto de esta fuente fresca.
Amo
tus manos, que entretejen perlas
de
amor entre la fronda que suspira
con
pasión, sin dilemas, sin axiomas.
Amo
esa contundencia viril, cálida...,
pero
firme y traviesa en sus delirios;
el
buceo del sol entre el follaje
me
conduce al éxtasis supremo.
Y
se hunden mis uñas en el fango
que
alimenta mi dicha, consagrada
a
tus caprichos y a mis desvaríos.
Tus
dedos tañen la exquisita lira...
Y
yo me siento Eurídice, mordida
por
un ofidio que me vivifica.
Y
no desciendo hasta el maldito averno,
sino
que asciendo hasta tocar el cielo,
porque
Orfeo me porta hacia el Olimpo
y
su armonía me troca en mujer;
una
mujer que sorbe del venaje
sin
pudor y pletórica de dicha.
Esa
alegría de seguir amando
hace
que me camufle en la espesura
de
tu mar que es mi mar y mi alborozo.
Maria
Oreto Martínez Sanchis